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¿Duele la anestesia raquídea? La verdad que nadie te cuenta

Cuando un paciente escucha la frase “le vamos a poner anestesia raquídea”, lo primero que suele venir a la mente es el temor al dolor. La imagen de una aguja entrando en la espalda genera nerviosismo incluso en las personas más valientes. Pero la realidad es muy distinta a lo que solemos imaginar.

La gran mayoría de los pacientes que pasan por una anestesia raquídea coinciden en algo: no fue tan doloroso como pensaban. En la práctica, la experiencia suele describirse más como una molestia leve que como un dolor intenso.

¿Qué se siente en el momento de la punción?

Lo más frecuente es percibir:

Un ardor o pinchazo superficial cuando aplicamos una pequeña dosis de anestesia local en la piel. Este paso es muy rápido y dura apenas unos segundos.

Una sensación de presión cuando la aguja avanza entre las vértebras. Muchos pacientes la comparan con “un empujón en la espalda” más que con un dolor punzante.

Un cosquilleo o corriente en las piernas, que puede asustar pero es totalmente normal. Esto ocurre porque la aguja estimula momentáneamente los nervios.

En la mayoría de los casos, esas sensaciones duran muy poco y son perfectamente tolerables.

Para tener una idea más clara, muchos pacientes que ya pasaron por la anestesia raquídea la comparan con:

Una inyección intramuscular (como las de penicilina o vitamina B12).

Una extracción dental con anestesia, donde lo más incómodo es el pinchazo inicial.

Un análisis de sangre, pero hecho en la espalda en lugar del brazo.

Diferencia entre dolor y molestia

Cuando hablamos de la anestesia raquídea, es muy importante distinguir entre dolor y molestia, porque no son lo mismo, aunque muchas veces usamos ambas palabras como si fueran sinónimos.

¿Qué es el dolor?

El dolor es una sensación desagradable, aguda o punzante, que el cuerpo interpreta como una amenaza o daño real. Es lo que sentimos, por ejemplo, cuando nos cortamos con un cuchillo, cuando nos doblamos el tobillo o cuando nos duele una muela. El dolor suele ser intenso, difícil de ignorar y provoca una reacción inmediata del cuerpo: apartarse, gritar, moverse o proteger la zona.

¿Qué es la molestia?

La molestia, en cambio, no necesariamente significa dolor. Es más bien una sensación incómoda, rara o desagradable, pero tolerable. Puede ser presión, cosquilleo, ardor leve o incluso la sensación de “algo raro” en el cuerpo. No provoca esa reacción automática de huida como el dolor.

Un ejemplo sencillo:

Cuando el dentista te inyecta anestesia en la encía, el pinchazo inicial puede doler un poco, pero después solo queda la molestia de la presión al introducir el líquido.

Otro ejemplo es cuando te hacen un análisis de sangre: el pinchazo en la piel es un dolor breve, pero el avance de la aguja o la presión del torniquete se siente más como molestia.

¿Por qué confundimos ambas cosas?

El miedo y la expectativa negativa hacen que el cerebro exagere cualquier sensación. Una presión leve puede sentirse como dolor simplemente porque estamos tensos, nerviosos o anticipando lo peor.
De hecho, muchos pacientes dicen después de la cirugía: “Pensé que iba a doler horrible, pero fue más molestia que dolor”.

¿Por qué la percepción varía de persona a persona?

Una de las preguntas más comunes sobre la anestesia raquídea es: “¿Por qué a mi vecino casi no le dolió y a mí sí me molestó más?”. La respuesta está en que el dolor y la molestia no se sienten igual en todos los cuerpos ni en todas las mentes. Cada persona es única, y la experiencia depende de múltiples factores. Veamos los más importantes:

1. El umbral del dolor

Cada individuo tiene un umbral del dolor diferente, es decir, el nivel de intensidad a partir del cual una sensación se interpreta como dolorosa.

Algunas personas son muy sensibles: sienten mucho con un pinchazo mínimo.

Otras, en cambio, toleran estímulos fuertes y apenas se inmutan.
Esto no significa que alguien sea más débil o más fuerte, sino que su sistema nervioso procesa los estímulos de manera distinta.

2. La ansiedad y el miedo

El estado emocional influye de manera directa en la percepción del dolor.

Si llegas a la sala nervioso, con la idea de que “va a doler horrible”, cualquier sensación se amplifica.

En cambio, si confías en el equipo médico y estás tranquilo, las molestias se perciben como mucho menores.
Esto se debe a que la ansiedad activa la alerta del cerebro, haciendo que estés más pendiente de cada detalle.

3. La anatomía individual

El cuerpo de cada paciente también juega un papel importante:

En personas delgadas, las referencias anatómicas son más claras y la punción es rápida.

En pacientes con sobrepeso o con columna desviada (escoliosis, artrosis, cirugías previas), puede ser más difícil encontrar el espacio correcto y, por lo tanto, el procedimiento puede ser un poco más largo o incómodo.

4. Experiencias previas

La memoria del dolor es poderosa.

Si un paciente ya tuvo una experiencia negativa con inyecciones o procedimientos médicos, es más probable que perciba cualquier estímulo como doloroso.

Por el contrario, alguien que pasó por una anestesia raquídea sin problemas probablemente la recuerde como algo sencillo y no tema repetirla.

La forma en que el anestesiólogo realiza la técnica también marca la diferencia. Un profesional experimentado suele hacer la punción con suavidad, rapidez y explicando cada paso al paciente, lo que disminuye mucho la percepción de dolor.

6. Factores culturales y psicológicos

En algunas culturas, hablar de dolor es común y esperado, lo que hace que se exprese más. En otras, se tiende a minimizarlo. Además, la personalidad influye:

Personas más optimistas tienden a decir “no fue nada”.

Quienes son más aprensivos suelen describir la misma experiencia como dolorosa.

La postura adecuada: el “gato encorvado”

La posición del paciente es fundamental para facilitar la punción. La clásica instrucción del anestesiólogo es: “Póngase como gato encorvado”.

Esto significa flexionar la espalda, llevando la barbilla hacia el pecho y los hombros hacia adelante.

Al encorvarse, los espacios entre las vértebras se abren, dejando un acceso más fácil y directo para la aguja.

Cuando el paciente logra esta postura correctamente, el procedimiento suele ser más rápido y menos molesto. En cambio, si está rígido, nervioso o no coopera, la punción puede resultar más incómoda y requerir más intentos.

Dolor durante la cirugía: ¿qué tan probable es?

Esta es, sin duda, la pregunta estrella de todos los pacientes: “Doctor, ¿voy a sentir dolor mientras me operan?”.
La inquietud es totalmente comprensible, porque nadie quiere imaginarse despierto en una sala de operaciones sufriendo dolor.

La buena noticia es que, con la anestesia raquídea bien realizada, el dolor durante la cirugía es prácticamente nulo. Y aquí viene la explicación sencilla:

¿Qué hace realmente la anestesia raquídea?

Cuando el anestesiólogo aplica el medicamento en el líquido que rodea la médula espinal, lo que ocurre es que se bloquea la transmisión del dolor en los nervios de la parte inferior del cuerpo.
Es como si temporalmente “desconectaran los cables” que llevan la información dolorosa al cerebro.

Eso significa que los nervios ya no pueden avisar al cerebro de que algo duele.

Por eso, aunque el cirujano haga una incisión o manipule tejidos, tú no lo sentirás como dolor.

¿Y si llego a sentir molestias?

Aquí es donde la presencia de nosotros  a tu lado marca la diferencia. No está solo para “dormirte” y ya, sino para cuidarte durante todo el procedimiento.
Si manifiestas incomodidad, tengo varias herramientas:

Sedación ligera 

Consiste en administrar un medicamento suave por vía intravenosa.

No te duerme profundamente como la anestesia general.

Te coloca en un estado de relajación, como si estuvieras medio dormido o con “sueñito agradable”.

Medicamentos analgésicos adicionales 

Refuerzan el bloqueo de la molestia.

Se usan cuando la sensación es más intensa de lo esperado.

Apoyo psicológico en tiempo real 

A veces, basta con que el anestesiólogo te explique qué está pasando y que todo es normal para que el malestar disminuya.

Un paciente informado y acompañado suele sentirse mucho más tranquilo.

El papel de la mente: ansiedad y percepción del dolor

Uno de los factores más poderosos en cómo se vive la anestesia raquídea no es la aguja, ni la técnica, ni siquiera la cirugía en sí. Es la mente del paciente.

Cuando una persona entra al quirófano con miedo, tensión o pensamientos negativos, su cuerpo reacciona de forma distinta: la percepción del dolor se amplifica. Es como cuando estamos nerviosos y un pequeño pinchazo en el dedo se siente enorme. El cerebro interpreta la experiencia de manera exagerada.

Cómo la ansiedad aumenta la sensibilidad

La ansiedad genera una cascada de reacciones fisiológicas:

Se libera adrenalina y cortisol, hormonas del estrés.

Los músculos se tensan, dificultando adoptar la postura correcta para la punción.

El umbral del dolor disminuye: lo que normalmente sería solo una molestia, el paciente lo vive como dolor real.

En otras palabras: el miedo “sube el volumen” de las sensaciones.

La importancia de explicar lo que pasará

Un paciente informado es un paciente más tranquilo.
Cuando el anestesiólogo se toma unos minutos para explicar el procedimiento cómo será la postura, qué puede sentir, cuánto dura, la mente deja de imaginar lo peor y empieza a cooperar.

Esto es clave porque muchas veces el miedo nace del desconocimiento. Pensar “me van a clavar una aguja en la espalda” suena aterrador. Pero cuando se explica que se usa anestesia local previa, que la punción dura solo segundos y que luego viene el alivio del adormecimiento, el miedo pierde fuerza.

Técnicas de relajación que ayudan

El paciente también puede colaborar con su propia tranquilidad aplicando estrategias simples antes y durante la cirugía:

Respiración profunda y lenta 

Inhalar por la nariz, exhalar despacio por la boca.

Esto oxigena mejor al cuerpo y envía una señal de calma al cerebro.

Visualización positiva 

Imaginar un lugar relajante (playa, campo, un recuerdo feliz).

El cerebro no distingue entre lo real y lo imaginado; esto distrae del miedo.

Saber que el anestesiólogo está pendiente en todo momento disminuye la sensación de vulnerabilidad.

Al final, la anestesia raquídea no se trata solo de un procedimiento médico, sino de una experiencia que combina técnica y emociones.
Cuando la mente está tranquila, el cuerpo responde mejor: la punción es más sencilla, la molestia es mínima y la cirugía se vive con más serenidad.

Un ejemplo sencillo

Imagina que vas a subir a una montaña rusa sin saber nada del recorrido. Cada giro, cada caída, cada curva te tomaría por sorpresa y la experiencia sería aterradora.
En cambio, si alguien te explica antes cómo será el trayecto, tu mente se prepara, y aunque la adrenalina sigue presente, lo vives con más control.
Lo mismo ocurre con la anestesia raquídea: anticipar la experiencia es la clave para tolerarla mejor.

Conclusión: ¿duele o no duele?

Después de revisar la experiencia de miles de pacientes, la ciencia y la práctica clínica nos dejan una respuesta clara: la anestesia raquídea no suele doler tanto como la mayoría imagina.

El miedo a la punción en la columna es natural, pero en la práctica, lo que la mayoría siente es:

Una pequeña picada inicial cuando se aplica la anestesia local en la piel.

Una sensación de presión o empuje, no de dolor intenso, cuando la aguja llega al espacio raquídeo.

La idea de que “duele mucho” suele provenir de la imaginación, de experiencias ajenas mal contadas o de la ansiedad previa.

Una vez que el medicamento hace efecto, no se siente dolor. Lo que aparece es un adormecimiento profundo, como si la parte inferior del cuerpo se “apagase temporalmente”.
Algunos describen la sensación como rara o extraña, pero no dolorosa. Y si hubiera alguna incomodidad inesperada, siempre existe la opción de administrar sedación ligera para que el paciente esté aún más tranquilo.

 El mensaje final

La anestesia raquídea es un procedimiento seguro, rápido y generalmente bien tolerado. En la gran mayoría de casos, el dolor real es mínimo o inexistente, y lo que más pesa es el temor previo.

La verdad es esta: duele más la idea en la cabeza que la aguja en la espalda.